El día de hoy, el periodista Sergio Sarmiento ha publicado una nota carente de sustento científico, que además, tergiversa los esfuerzos de un movimiento de académicos, organizaciones de la sociedad civil, defensores de los derechos humanos, expertos nacionales e internacionales y consumidores, llamándoles radicales, pero sobre todo, difundiendo mentiras, que encuentro necesario aclarar desde una voz que no se encuentra sesgada por los intereses económicos de la industria de alimentos y bebidas.

De inicio, el texto en el tuit que acompaña a su columna, asevera que las organizaciones y académicos que respaldamos el cambio en las etiquetas, tenemos la idea de que “el consumidor es un imbécil”.

No hay nada más alejado de la realidad. Las organizaciones y grupos de expertos reconocemos que el consumidor se enfrenta a una grave asimetría de la información, y que es un Derecho Humano y Constitucional  el derecho de acceso a la información.

No Sergio, no creemos que existen “consumidores imbéciles”, creemos que existen carencias graves en la forma en la que se presenta la información, dejando a los consumidores sin suficientes elementos para realizar decisiones de manera informada.

 

Corregir esta asimetría y garantizar nuestros derechos, es responsabilidad del estado.

 

Adicionalmente, el texto llama al etiquetado frontal actual (GDA) “transparente y preciso”, mientras que tacha a la propuesta de la sociedad civil y la academia de ser “opaca y tramposa”.

¡Segunda mentira en menos de 140 caracteres!: Todas las evaluaciones que han sido realizadas al etiquetado GDA que defiende, han demostrado que los consumidores no lo comprenden, y un grupo de expertos nacionales (no financiados por las industrias), concluyen desde el Sexenio anterior, que la interpretación de este sistema resulta tan complejo que debe ser reemplazado por un etiquetado claro, veraz y sencillo. De ahí que se propone una medida basada en sellos de advertencia. Estos han sido implementados en países como Perú y Chile, y próximamente en Uruguay, Brasil y  Canadá. Las etiquetas que usted llama “opacas y tramposas” cuentan con el respaldo de agencias internacionales como la Organización Panamericana de la Salud, FAO México y UNICEF, además de tener un sólido sustento científico y de ser el único etiquetado que ha logrado modificar patrones de consumo nocivos. Esto ya ha sido evaluado y evidenciado en países como Chile. (Qué importante sería que los líderes de opinión se informaran adecuadamente antes de realizar aseveraciones de esta naturaleza).

 

El texto del periodista, dice lo siguiente:

 

“Quiero confesar un pecado. Tengo en casa una pecera con Vaquitas, unas pequeñas tabletas de chocolate de apenas 4 x 2 centímetros y 4.5 gramos. Sé que tienen azúcar y grasas, que las buenas conciencias me dicen no son buenos para mi salud, pero me gusta disfrutar una de vez en cuando, usualmente después de comer y antes de un espresso. En el frente de la etiqueta veo que cada una contiene 21 kilocalorías. No es mucho, quizá, pero es equivalente a medio tomate bola que seguramente es más nutritivo. Antes del café, sin embargo, prefiero un chocolate en vez de medio tomate.

Puedo saber cuántas kilocalorías tiene mi Vaquita, y tomar mis propias decisiones, porque México ha sido precursor de un etiquetado frontal informativo y transparente en productos alimenticios. La mayoría de los países no tienen reglas obligatorias de etiquetado frontal, ni siquiera Estados Unidos o Europa. Hoy, sin embargo, los políticos mexicanos, en su constante afán de considerar a los consumidores como imbéciles incapaces de tomar sus propias decisiones, quieren imponer un nuevo etiquetado opaco y tramposo, cuyo único propósito es asustar a los consumidores para que no coman alimentos procesados.”

 

Estimado Sergio, usted es libre de consumir los chocolates que tanto le gustan, y lo seguirá siendo cuando esta política sea implementada.

Usted mismo lo ha dicho. Este es un gusto que le gusta disfrutar de vez en cuando. Lo que usted ignora es que en México, el consumo de productos ultraprocesados en el grueso de la población no es ocasional.  El consumo de productos altos en nutrimentos críticos que nos enferman ha incrementado drásticamente, especialmente entre niños y niñas y ha permeado también en las poblaciones más vulnerables desplazando el consumo de alimentos tradicionales.

Usted los consume de manera ocasional y lo hace de manera informada. Usted, Sergio, es un hombre adulto de una clase privilegiada, que disfruta de un espresso mientras vive en una zona urbana y puede gozar de atención médica y consejería nutrimental si lo desea, que pudo ir a la escuela y a la Universidad, que tiene acceso a farmacias si enferma. En pocas palabras; usted, claramente no es un ejemplo representativo de las condiciones en las que viven millones de mexicanos y mexicanas todos los días. Le invito a reconocer que esta política no va dirigida necesariamente a usted, que consume estos productos de manera ocasional, sino a las personas que han vivido en el rezago social y jamás han gozado las mismas oportunidades que usted tuvo y seguirá teniendo, pero también le aclaro algo: que los niños y niñas, y  las personas más vulneradas  de este país gocen de acceso a la información, no le va a afectar.

También le aclaro que esta no es una ocurrencia de un grupo de políticos, es una medida que ha sido estudiada, evaluada e impulsada por organizaciones de la sociedad civil, académicos y sociedades médicas y de investigación. Hemos sido escuchados por legisladores y legisladores sensibles con este tema, hemos sido considerados por primera vez para generar políticas nutricionales basadas en evidencia.

Como ya mencioné, no consideramos que el consumidor sea incapaz. Lo que buscamos es facilitar la elección de alimentos y bebidas. No asustar. (Gran diferencia).

Y hablando de imponer etiquetados: ¿Ya investigó cómo es que México terminó con el etiquetado  GDA que usted llama “precursor”?

Resulta que este sistema fue desarrollado por las propias industrias de alimentos y bebidas, y no por un grupo de académicos y expertos en materia de salud pública, como se esperaría de una política de estado.

¡Durante el proceso de definición del etiquetado GDA en México, no se consultó a los investigadores, a la sociedad civil, ni a los consumidores!

Esto se llama Conflicto de Interés. La industria regulada en cuestión, define su propia regulación, ignorando incluso, las recomendaciones emitidas por la Organización Mundial de la Salud sobre etiquetado de alimentos. Así fue como las industrias impusieron el etiquetado GDA en un país que corría hacia una emergencia de diabetes y obesidad.

 

Continúa…

“Estos políticos, impulsados por grupos radicales que se oponen a la libertad de los consumidores, buscan llenar todos los paquetes con advertencias de gran tamaño sobre excesos de calorías, sal, azúcares añadidos o grasas saturadas. Estas advertencias, que se colocarían por igual en paquetes con medidas y contenidos muy diferentes, reemplazarían la información precisa del actual etiquetado frontal.

Una barra de amaranto con pasas de 40 gramos y 150 kilocalorías tendría las mismas advertencias de «Exceso de calorías» y «Azúcares añadidos», además de un cintillo de «Evitar consumo excesivo», que una barra de amaranto con chocolate de 70 gramos y 284 calorías. Una de avena de grano entero con relleno de fruta de solo 90 kilocalorías, muy inferior a lo habitual, llevaría tres sellos de advertencia y el cintillo. Un paquete de tres tostaditas horneadas de maíz blanco de 18 gramos y solo 72 kilocalorías, esas Salmas que nos dan con el caldito de pollo cuando estamos a dieta o con el estómago delicado, tendría dos pegotes de advertencia y el cintillo amenazador.”

 

Es necesario recalcar que la libertad de los consumidores no será coartada por esta medida. La propuesta radica en proporcionar información a los consumidores de una manera muy sencilla, que incluso niños y niñas puedan reconocer, no prohibir que las tiendas los vendan y los consumidores los consuman. De nuevo, vemos en este artículo una deformación de la realidad.

¿Le preocupa que productos que se consideran saludables tengan “pegotes amenazadores”?, a nosotros nos preocupa que productos que son altos en sodio, grasas o azúcares , actualmente sean consumidos por gente con enfermedades crónicas, sin que sepan que dichos productos podrían agravar su condición.

Adicionalmente, se han realizado encuestas entre población mexicana para evaluar la aceptación de esta medida. Resulta que la mayor parte de la población estaría de acuerdo con ser advertida sobre los productos que se excedan en estos nutrimentos críticos. Así que no, no es verdad que la población lo encuentre amenazador. Esa es una percepción de las industrias que usted representa, ante la posibilidad de que la chatarra que nos venden disfrazada de “saludable”, sea finalmente desenmascarada.

 

“Este etiquetado eliminaría la motivación de la industria para generar productos con menos calorías, grasas o azúcares. Si una tostadita de maíz de 20 kilocalorías tendrá el mismo trato que una barra de chocolate de 284, ¿para qué esforzarse por desarrollar productos con menores niveles de azúcar o de grasas?”

 

De nuevo, Sergio, esta es una aseveración carente de sustento. En Chile, se ha observado todo lo contrario: Las industrias han reformulado más que nunca sus productos. ¿La motivación? Reducir los niveles de nutrimentos críticos para evitar un sello que advierta sobre su exceso.

Por el contrario, cuando el estado es laxo, y la política se deja en manos de la industria, es cuando existe menor motivación para reformular y generar mejores productos. Las medidas autorregulatorias han demostrado ser ineficaces para combatir la obesidad y de esto, hay bastante evidencia.

 

“Chile tiene un etiquetado similar al que están proponiendo nuestros políticos. En los primeros meses las advertencias generaron miedo y disminuyeron el consumo; algunos de los productores más pequeños tuvieron que cerrar y despedir a sus trabajadores. Después, cuando la gente se habituó, el consumo regresó a sus niveles anteriores. No hay indicios de que haya bajado el sobrepeso. En México ocurrirá lo mismo porque el etiquetado solo castiga a los productos procesados, pero no se mete con las garnachas, las tortas, las frituras o los atoles.”

 

Chile ciertamente tiene un modelo similar al que se propone para México. Esta es la única sentencia correcta en todo su artículo. Lo que es falso, es que se haya generado miedo. La política ha sido bien recibida por la población e incluso ha sido incorporada como parte de una estrategia educativa para niños y niñas en edad escolar. La medida no generó en Chile el desempleo con el que amenazaban las industrias, y por el contrario, pequeños productores han proliferado ofreciendo productos cada vez menos procesados.

Los patrones de consumo de cereales azucarados y bebidas azucaradas disminuyeron.

Cierro este párrafo diciendo que, resulta evidente el desconocimiento que tiene sobre la obesidad como enfermedad, pues para cualquier especialista serio, resultaría evidente que no se esperaría una disminución radical de la epidemia como indicador inmediato del éxito de esta política.

Reconocemos, y hemos dicho en reiteradas ocasiones que el etiquetado es una herramienta para informar al consumidor, que debe ser conjugada con una serie de políticas que de manera integral, podrán luchar contra la epidemia. Desde luego también requerimos que se implementen los impuestos especiales a productos malsanos recomendados por la OMS, acceso a agua potable segura, educación para la salud y orientación alimentaria basada en teorías para el cambio de comportamiento, habilitar ciudades activas, proteger la lactancia materna, regular en serio la publicidad dirigida a niños y niñas,  mejorar el perfil de los alimentos que se venden en las escuelas, y mucho más.

Señalar que una sola medida no ha acabado con el problema para calificarla como “inútil” sería tan burdo como decir que un portero (sin el resto de su equipo), no es un buen jugador por perder en un campeonato de futbol, o que un tabique no sirve para construir una casa, si se dejan fuera de la construcción a las varillas, las ventanas, el cemento y la pintura. Es decir, cada uno de los elementos son útiles y necesarios para lograr un objetivo, pero juzgándolos por separado, sería erróneo considerar  que no funcionan.

 

“Yo, por lo pronto, exijo a los políticos que me dejen comerme en paz mi Vaquita de 21 kilocalorías. El que quieran ocultar esta información en una advertencia que diga que mi chocolate es peor que una torta de tamal de 400 kilocalorías no solo es una gran mentira sino una artera agresión.”

 

Quédese tranquilo, Sergio, que ni los políticos, ni los investigadores, ni las organizaciones de la sociedad civil, que buscamos transparentar la información que hoy se oculta tras el indescifrable GDA, entrarán a su casa a arrebatarle su Vaquita de 21 kcal.

Usted la seguirá consumiendo de manera habitual, pero el patrón de consumo malsano de la población más vulnerable sí cambiará gracias a esta y otras medidas de salud pública basadas en evidencia libre de intereses comerciales.

Lo invitamos mejor, a dejar de difamar y oponerse a las mejores prácticas para combatir la desinformación y los entornos malsanos en medio de la emergencia de diabetes más grande que hemos vivido, y a reconocer la verdad; que su postura representa los intereses de las industrias que desesperadamente tratan de frenar este gran avance.