Igual de importante que hablar sobre políticas alimentarias, es aclarar mitos sobre nutrición, y uno de los más grandes que existen, y que han circulado por bastante tiempo es el discurso del balance energético como la solución de la obesidad, especialmente cuando se culpa de cualquier desbalance a los individuos y a su supuesta “falta de voluntad” en lugar de mirar con detenimiento el contexto en el que se desenvuelven, así como los determinantes sociales, comerciales y ambientales de la salud.

Comenzaré por hablar sobre las calorías: como ya he escrito antes, se trata de una unidad de medida para calcular el aporte de energía de nuestros alimentos, o también para cuantificar la energía que se requiere para realizar diferentes acciones (desde acciones metabólicas e involuntarias como la digestión hasta aquellas voluntarias y planeadas como caminar, correr, o hacer cualquier deporte). Medir las calorías puede ser útil para calcular de una manera simplificada las entradas y las gastos de energía del organismo, sin embargo no se trata de un indicador confiable para evaluar la calidad de la dieta de una persona, y sin duda, la fuente de las calorías importa, y mucho.

¿Suena lógico que 200 calorías de un alimento saludable y mínimamente procesado (por ejemplo, un plato de pescado con nopales asados) y  200 calorías de un vaso de refresco tengan el mismo impacto en nuestro cuerpo?

Desde luego, no es así.

Existen tres diferentes nutrimentos energéticos: proteínas, lípidos (o grasas) e hidratos de carbono. Estos a su vez se pueden clasificar de acuerdo con las características de sus enlaces moleculares, la velocidad de su absorción, la función que realizan, etc. No es la intención de esta entrada en el blog explicar a fondo cada uno de ellos, sino dejar claro un hecho muy sencillo:

Cuando nuestra principal fuente de calorías, proviene de productos malsanos y azúcares, (especialmente aquellos añadidos a los alimentos y bebidas durante el procesamiento), nuestro organismo se encuentra en riesgo.  Debemos dejar de pensar en la alimentación como una suma y resta de calorías, y comenzar a visualizar la calidad de nuestros alimentos como nuestra prioridad.

Resulta que son las propias industrias de alimentos y bebidas quienes impulsan con fuerza el conteo de calorías como estrategia para promover una alimentación saludable, sin embargo, la literatura científica (libre de conflictos de interés) señala que el consumo de productos ultraprocesados es, por si mismo,  dañino.  De acuerdo con la investigación del Dr. Carlos Monteiro, el gran problema es el ultraprocesamiento. A través de este, se pueden dotar a los prodcutos de características que potencializan las ventas (sabor, mayor tiempo de conservación, textura, color, olor, etc), sin embargo, los productos sufren también un deterioro en la calidad nutrimental, pues se emplean ingredientes y aditivos que no forman parte original de alimento, se añaden por lo general azúcares, sodio, grasas y otros productos cuyo fin no es mejorar la calidad del alimento, sino ganar la aceptación del público. Otro gran problema es que, usualmente los nombres de estos ingredientes no se declaran debidamente, se emplean términos desconocidos para los consumidores o se escudan tras políticas autorregulatorias como los etiquetados poco claros para evadir las recomendaciones de los expertos en salud pública.

En la publicación “Ultra-processed food and drink products in Latin America: Trends, impact on obesity, policy implications”, la Organización Panamericana de la Salud muestra que los países de la región que tienen un mayor consumo de productos ultraprocesados, sufrieron también de mayores índices de sobrepeso y obesidad infantil, así como un peor estado de nutrición en general, en comparación con los países que tienen dietas apegadas a sus tradiciones y los alimentos naturales producidos generalmente, de manera local.

Cuando estos productos llegaron al mercado y comenzaron a ganar terreno, se creía que podrían llegar a ser una solución a los graves problemas de desnutrición que sufría el mundo en el momento, sin embargo, el tiempo y la evidencia han demostrado que no fue así. Hoy sabemos que la obesidad convive con la desnutrición en los contextos de mayor pobreza y que debemos combatir ambas amenazas a través del consumo de dietas saludables y sostenibles para alcanzar un buen estado de salud.

Así que la próxima vez que veas anunciado un producto ultraprocesado, recuerda que tu cuerpo necesita nutrimentos de calidad, más allá de una simple cantidad de calorías, y que gastar estas mediante la actividad física no es garantía de conservar la salud o prevenir las diferentes formas de malnutrición.