La llegada de la pandemia de Covid-19 a México ha sido como colocar un objeto por primera vez bajo una lente de aumento. Ha revelado los rasgos y matices de los acontecimientos cotidianos como nunca antes los habíamos observado. El cruce entre salud y alimentación es una de las circunstancias más afectadas por esta contingencia. Por ello, también ha sido una de las más reveladoras en tanto a las múltiples formas de injusticia que convergen en ella.

Millones de personas en México ya experimentaba dificultades para comer de manera saludable antes de la pandemia. En consecuencia, el virus llegó a transmitirse en un entorno con alta prevalencia de desnutrición, deficiencias de micronutrientes, y sobrepeso y obesidad; las tres principales afecciones que provoca una alimentación basada en los desequilibrios, los excesos y/o las carencias.

La pandemia de Covid-19 encontró, por ejemplo, un gran número de niñas y niños que no comían lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas, y que padecido el distanciamiento social debilitados por la desnutrición. Así, en un país donde más de la mitad de la población ya vivía en condiciones de inseguridad alimentaria, la emergencia sanitaria amenaza con profundizar esta brecha de la desigualdad hasta límites insospechados.

Las deficiencias de micronutrientes son otra forma de la malnutrición que ya prevalecía en el país antes de la pandemia. A causa de ello, el virus de Covid-19 fue recibido con más del 30% de las mujeres adultas mexicanas viviendo con anemia. Las carencias de hierro y de otros micronutrientes aparecen cuando la mala calidad de los alimentos les despoja de una de sus funciones básicas: la de aportar vitaminas y minerales esenciales al cuerpo.

Quizá el exceso de peso ha sido la condición que más se puso de manifiesto durante la contingencia. Al ser un factor que agrava la enfermedad por Covid-19, ha implicado un mayor riesgo para siete de cada diez mexicanos. Pero las medidas de cuarentena se impusieron en un entorno que no paró de abastecer a las personas con productos atiborrados de calorías, azúcares, grasas y sal. Un entorno que palió la escasez de alimentos de aquellos en situación vulnerable con donaciones de leche de fórmula, comida chatarra y bebidas azucaradas.

Son múltiples las deudas que México ya tenía con la alimentación y la salud de todos los grupos de la población en todos los lugares de residencia. Abarcaban desde la falta de acceso a frutas y verduras de manera permanente y a bajo costo, hasta el incumplimiento de las regulaciones para la fortificación obligatoria de alimentos básicos con vitaminas y minerales, y la ausencia de legislaciones sobre la donación de alimentos en situaciones de emergencia. A estos adeudos se sumarán los que produzca de manera directa la crisis sanitaria. Es por ello que los gobiernos deben actuar ahora para evitar que las circunstancias empeoren.

Reconociendo que la alimentación es un pilar que sostiene nuestra capacidad para hacer frente a la pandemia, Salud Crítica ha lanzado el reporte: “Abordando la malnutrición en el contexto de pandemia por Covid-19: Recomendaciones para el Estado Mexicano.” En él, se proponen medidas para impulsar una respuesta a la malnutrición en tres aspectos clave: la necesidad de garantizar el acceso a los alimentos saludables y frescos, la obligación de vigilar el cumplimiento de la fortificación de alimentos básicos, y la importancia de regular a los productos ultraprocesados.

Millones de personas en México continúan atravesando la emergencia por Covid-19 en circunstancias que vulneran su derecho a una alimentación sana, suficiente y variada. Por este motivo, no es una alternativa que sean estas mismas circunstancias las que persistan como parte de nuestra recuperación posterior a la pandemia. Pero la forma de mirar que nos ha dejado esta emergencia incluye también uno de los requisitos indispensables para mejorar las condiciones del entorno alimentario: nuestra capacidad para imaginarlo distinto.